lunes, 5 de enero de 2015

EL ARBOL DE LA VIDA

Articulo enviado a la redacción de la Comisión Mambi Patria y Libertad por un Hermano Maestro Masón.

Los orígenes de la Cábala se remontan en el tiempo más allá de los Rollos del Mar Muerto. Por sus complejas profundidades y su rica historia, su cuerpo de escrituras y creencias ha llegado a ser cada vez más reconocido, no sólo como uno de los aspectos más enigmáticos del judaísmo, sino también como parte importante de una tradición mística más amplia. Siglos de esfuerzo tomó a los cabalistas descubrir los secretos de Dios, del hombre y del universo a través de los símbolos del mundo físico y los misterios del lenguaje; investigación monumental que tiene como escenario la vida judía en España, Polonia, Alemania y el resto de Europa.
Las enseñanzas esotéricas del misticismo judío se designan con el término hlbq (cábala)1 -"tradición" o "recepción"- del verbo hebreo lbq (kibel), "recibir"2 , especialmente las formas que asumieron en la Edad Media. En su sentido más amplio, "cábala" significa todos los sucesivos movimientos esotéricos que se desarrollaron en el judaísmo a finales del periodo del Segundo Templo y se convirtieron en factores activos en la historia judía.3
El término ha sido empleado en la literatura talmúdica, por un lado, para subrayar el fundamento de ciertas interpretaciones tradicionales de la Escritura y de ciertas costumbres religiosas; y, por otro, para testimoniar la continuidad espiritual de la historia judía. La elección de este término indica claramente el carácter legalista e histórico de la mística judía.4
Según Scholem, la Cábala es un fenómeno único, y no se le debe considerar como idéntico a lo que se conoce como "misticismo" en la historia de la religión. De hecho, se trata de un misticismo, pero al mismo tiempo es esoterismo y teoso-fía. ¿En qué sentido se le puede llamar misticismo? Ello depende de la definición del término, un asunto de controversia entre eruditos. Si el término se limita al profundo anhelo de comunicación humana directa con Dios a través de la aniquilación de la individualidad entonces solamente unas cuantas manifestaciones de la Cábala pueden ser designadas como tales, pues pocos cabalistas buscaron esta meta, y mucho menos la formularon abiertamente como su objetivo final. No obstante, se puede considerar que la Cábala es un misticismo en tanto que busca una comprensión de Dios y la creación, cuyos elementos intrínsecos están más allá del alcance del intelecto, aunque los cabalistas rara vez subestiman o rechazan esto de manera explícita. Esencialmente estos elementos fueron percibidos a través de la contemplación y la iluminación, que a menudo se presentan en la Cábala como la transmisión de una revelación primordial relacionada con la naturaleza de la Tora y otros asuntos religiosos. Sin embargo, la Cábala está muy lejos del enfoque racional e intelectual de la religión. Este fue el caso incluso entre aquellos cabalistas que pensaron que básicamente la religión estaba sujeta a la indagación racional, o que, al menos, había algún acuerdo entre el sendero de la percepción intelectual y el desarrollo de la aproximación al tema de la creación. Para algunos cabalistas el intelecto en sí mismo se convirtió en un fenómeno místico. Así encontramos en la Cábala un énfasis paradójico en la congruencia entre intuición y tradición. Es este énfasis, junto con la asociación histórica que sugiere de suyo el término "cábala" (algo que ha sido transmitido por tradición), lo que indica las diferencias básicas entre la Cábala y otras clases de misticismo religioso que se identifican menos estrechamente con la historia de un pueblo. No obstante, hay elementos comunes a la Cábala y al misticismo griego y cristiano, e incluso vínculos históricos entre ellos.
Como otras clases de misticismo, la Cábala también se ocupa de la percepción del místico tanto de la trascendencia de Dios como de su inmanencia en la vida verdaderamente religiosa, cada una de cuyas facetas es una revelación de Dios, aunque a éste el ser humano lo percibe más claramente a través de la introspección. Esta experiencia dual y aparentemente contradictoria del auto-oculta miento y la auto-revelación de Dios determina la esfera esencial del misticismo, y al mismo tiempo obstruye otras concepciones religiosas. El segundo elemento en la Cábala es la teoso fía, que busca revelar los misterios de la vida oculta de Dios y las relaciones entre la vida divina, por una parte, y la vida del hombre y la creación por la otra.
Especulaciones de este tipo ocupan un área extensa y conspicua en la enseñanza cabalística. Algunas veces su conexión con el plano místico se vuelve más bien tenue y es reemplazada por una vena interpretativa y hominicaco que ocasionalmente resulta incluso en una clase de casuística cabalística.
La mística no judía -tanto oriental como occidental- aspira a superar el plano de la acción, a "perderse" en las esferas contemplativas; se sitúa fuera del tiempo histórico.
La Cábala va más allá, por supuesto, del ámbito material y temporal de la historia, pero no por ello deja de identificarse con ésta, y sobre todo con la del pueblo hebreo. La historia judía tiene orígenes metafísicos y se centra en la práctica religiosa. Esta práctica, individual en principio, adquiere un carácter social.
El pensamiento de la Cábala es algo más que un sistema filosófico. Su práctica no proporciona el sentimiento de la unión total con la divinidad ni se limita a la realización de un cierto número de ritos. Es una mística en virtud de su búsqueda de lo absoluto y de su persecución del contacto divino; pero, más allá de eso, es una manifestación creadora del espíritu judío.5
Alexandre Safran afirma que en la Cábala hay una revelación primordial que cada generación, cada ser humano, debe renovar. Esta empresa -que de suyo involucra a la divinidad- adquiere dimensiones cósmicas, pues su realización determina la relación de Dios con el mundo y con el hombre. La Cábala rebasa los límites de una mística religiosa y es infinitamente más amplia que una tradición esotérica. Tanto en Oriente como en Occidente, el místico es un hombre liberado. Así lo presentan, por un lado, Karl Jaspers, que ve en Plotino al "mayor filósofo místico de Occidente"6 y, por otro, Roger Godel, ferviente admirador del jivan mukta (emancipado en vida) oriental.7El místico no judío aspira a su liberación, a su salvación, y la consigue. Por el contrario, el cabalista nunca llegará a la "aniquilación" total y definitiva, porque siempre permanece atado a la cadena divina. Aunque se "aniquile" por un instante, las oscilaciones de esta cadena le devuelven a sí mismo, le llaman a su orden terrestre.
Ciertamente, la Cábala pertenece al universo místico. Sin embargo, no se reduce a una ciencia mística especulativa ni a una técnica mística. El misticismo es "un método cuya finalidad es la comprensión experimental de lo divino".8 Pero el cabalista -el hombre "tradicional"- no trata de alcanzar lo divino: se conforma con aproximarse a Dios. No se pierde en Él, sino que acepta el yugo que Él le impone. Y el peso de ese yugo le da una sensación de delicia. El sometimiento se convierte en júbilo. Ese yugo es el mismo para todos, pero su peso se adapta a las fuerzas del ser humano que lo lleva. La revelación es la misma para todos, pero cada quien la interpreta a su modo, según sus capacidades intelectuales y espirituales. Es decir, la Ley es rigurosa, formal y general; pero los preceptos tienen un alcance individual, una resonancia personal.
El cabalista no realiza la experiencia de Dios, no se embriaga con su Substancia, que envuelve y desconcierta al místico. La salvación que espera no debe desligarla de su condición humana, sino que habrá de permitirle su plena consumación.
La cadena de la Cábala no se halla al margen de la naturaleza; muy por el contrario, representa la naturaleza espiritualizada y el espíritu concretizado. Dios penetra la realidad inferior, se realiza. Por su parte, el ser humano puede contemplarse en el "espejo" celeste sin necesidad de abandonar la tierra. La realidad divina y la realidad humana son interdependiente. En la medida en que el hombre lo acepta, Dios es la realidad de este mundo.
Sin embargo, Dios no ha suprimido la distancia que lo separa del hombre. Es verdad que éste puede trepar por la escala que conduce hasta los cielos, pero necesariamente habrá de descender de nuevo a la Tierra. El cabalista no se une a Dios, no realiza aquello que los místicos no judíos llaman unio mystica, perdiéndose en el Absoluto. El cabalista aspira a realizar su condición activa de "hombre de Dios" mediante la devekút, el "encadenamiento". El cabalista se encadena a su creador, establece una relación activa con Él; no se abisma en Él para despersonalizarse. Así, la devekút no es un método, ni una técnica, sino un modo de vida.
En la perspectiva bíblica, la devekút, esta relación entre Dios y el hombre, es eminentemente dinámica, pero no desordenada. Así la presenta toda la literatura religiosa de Israel: el Talmúd, El Zóhar y la filosofía racionalista, y también todo el pensamiento místico. La devekút se anuda en el amor del hombre por Dios; y ese amor se hace total en virtud de la aplicación de la ley divina; es profundo sin ser exuberante. La devekút, modo de vida, condición vital, se transforma en un acto de vida, en el proceso de su realización.
La finalidad suprema de todo místico que cree en un dios personal es el amor total a ese dios. Dios es amor y es objeto de amor,9 en una apología de la religión del místico. Pero el amor de Dios marca el desembocar de toda creencia religiosa en un dios personal y, en definitiva, toda religión tiene un fundamento místico incuestionable, porque presupone la fe en el Absoluto y, además, una relación entre el hombre y la divinidad.
Pero si el amor puramente "místico", unitivo, suprime toda autonomía de la persona humana, el amor "religioso", en cambio, no hace sino establecer una relación con Dios. En la Cábala, el amor de Dios no es ni verdaderamente místico, ni simplemente religioso. Se presenta sumergido en un resplandor místico, se funda en una reciprocidad, pero adquiere el sentido de un amor inteligente. Tanto en el primero como en el segundo tipo de relación hay dos personalidades que actúan una en la otra, dos personalidades que se influencian mutuamente, sin que cada una de ellas abandone -sin embargo- su propia estructura ni renuncie a su autonomía. Pero cada uno de los dos partícipes debe comprender al otro. Yadoa, conocer, indica una comprensión seguida de una voluntad activa, es decir, de una devekút.
Esta unión creadora implica igualmente un acto de voluntad: el hombre debe plegarse a la voluntad de Dios. Por su parte, Dios respeta la voluntad de su criatura. Ésta, sin embargo, no debe abandonarse al "nada desear", no debe seguir la concepción mística para aniquilarse, perderse y transformarse en el objeto amado.10 Muy al contrario, la voluntad humana se reafirma al confundirse con la de Dios. Es decir, la devekút se manifiesta en la acción humana.
El cabalista no practica únicamente un misticismo interior. Se dedica al estudio y penetra en los secretos de la Enseñanza, no para quedarse ahí sino para salir renovado. Es el hombre del deber, no del sentimiento; se orienta hacia la acción. Ocuparse del estudio significa instrucción y aplicación. La erudición sólo se justifica por la acción que de ella se deriva.11El cabalista no hace suyo el ideal de "no conocimiento" que los otros místicos -e incluso algunos no místicos- consideran tan elevado.
Como el jasid -el "devoto" de todas las épocas-, el cabalista sigue el ejemplo del salmista y respeta la fe del hombre simple e íntegro, pero no por ello menosprecia el consejo de Yehudá ha-Leví12 y Bajiá ibn Pakuda13: estudiar. Los estudios no conducen al saber, sino a la conciencia de la propia ignorancia. Lo que está a la vista llama a los ojos, lo que está oculto atrae al saber. Pero el saber que El Zóhar recomienda no es más que la introducción al no-saber. A través de la búsqueda intelectual, el cabalista llega al grado que la supera, al cual sigue el descubrimiento de los secretos: el grado de la simplicidad. Porque lo que es verdadero es simple.
La investigación racional no le permite alcanzar la verdad absoluta. La verdad adquiere un valor moral: se adquiere con arduo trabajo y por ello invita a la humildad. El valor moral no es perfecto, pero es perfectible. La simplicidad de la ciencia trae consigo la simplicidad del comportamiento. Y esta virtud -la virtud del ÷y_ (Aín), el "Absoluto"- es la misma del hombre que ha adquirido la ciencia, la "sabiduría", la hmkj (Jojmá).
La Cábala -Jojmá ha-emet, "ciencia de la verdad"- tiende a conocer la verdad divina y se interroga acerca del origen del mundo, sobre su organización y su fin; acerca de las relaciones entre Dios, el mundo y el hombre; sobre el lugar que el hombre ocupa en el universo. No obstante -a diferencia del místico hindú, que alardea de llegar a la omnisciencia, no en virtud de un esfuerzo intelectual sino por abstracción de todo saber-, la plena posesión de la verdad le sigue siendo inalcanzable.
Para el cabalista, la omnisciencia es irrealizable, pero la ausencia de saber es imperdonable. El buscador despierto quiere conocer lo máximo posible. No limita su conocimiento a una ciencia fragmentaria y exterior a las cosas; no se conforma con alcanzar desde el exterior una serie de puntos de vista acerca de las cosas, sino que desea penetrar en su esencia; quiere llegar hasta su vida interior.
El cabalista no afirma, como Pascal, que nada hay tan conforme a la razón como la sinrazón, ni comparte la idea de que ser místico es pretender conocer a través de algo que no sea la inteligencia.14Sabe que la inteligencia sola no comprende nada de la vida, pero le parece excesivo sostener, como Valéry, que lo real le está prohibido al pensamiento. No se deja aprisionar por la razón, ni fascinar por la intuición. Se sirve de ambas como instrumentos complementarios de investigación.
La religiosidad del cabalista no se debe a la debilidad psíquica que origina el miedo a la acción, ni a estados neuróticos -teopáticos-, ni a la alucinación, al delirio, al éxtasis, con los que se pretende identificar el impulso religioso; corresponde a la intensa vida del espíritu que sabios eminentes tratan de explicar como la superación de un estado puramente afectivo, psicofisiológico. El cabalista es un ser normal, despierto, que posee la intuición de lo divino y que, para perfeccionar-la, se supera por su propia acción.
Como la describen los maestros del movimiento jasídico Jabad, nacido en Rusia en el siglo XVIII, la religión del cabalista es la de la audacia prudente, la del riesgo calculado.

Los 7 Pecados Capitales de un Masón


Articulo enviado a la redacción de la Comisión Mambi Patria y Libertad por un Hermano Maestro Masón.

¿Todavía siguen vigentes los siete pecados capitales? Hoy, en este mundo globalizado, se habla con muy poca frecuencia sobre este tema.

Quizás, ello se deba a que estos fueron el origen de los vicios y porque según la concepción cristiana «alejaban al hombre de Dios». Los «siete pecados capitales» fueron estudiados por Santo Tomás de Aquino en su obra Suma Teológica escrita en el siglo XXI y posteriormente recopilados y clasificados por San Gregorio Magno (540-604 d.C.), a quien también se le conoció como Gregorio I, el sexagésimo cuarto Papa de la Iglesia Católica. La pregunta es: ¿Siguen vigentes los siete pecados capitales?

El filósofo Fernando Savater, en su obra Los siete pecados capitales, [1] dice que los pecados tradicionales —soberbia, pereza, gula, envidia, ira, avaricia y lujuria— están presentes en nuestra vida diaria, algunos devaluados y otros con ciertas transformaciones. Savater, considera que cuando relacionamos estos pecados con los tiempos que vivimos, nos encontramos con una «infinidad de caminos», que al decir del pensador español se mezclan con las cuestiones religiosas, históricas, económicas, sociales, artísticas y muchos otros factores que tienen que ver con el mundo actual.

Los clásicos siete pecados conocidos, suponen la existencia de virtudes que pueden derrotarlos. Ellos son: soberbia-humildad, avaricia-generosidad, lujuria-castidad, ira-paciencia, gula-templanza, envidia-caridad y pereza-diligencia. Sin embargo, Savater considera que la soberbia es «la madre de todos los vicios». También Mahatma Gandhi, desde su óptica del hinduismo y tomando como base la perspectiva de la vida actual, suponía que podría ser válido para cualquier religión y por ello esbozaba así los pecados capitales: política sin principios, negocio sin moralidad, bienestar sin trabajo, educación sin carácter, ciencia sin humanidad, goce sin conciencia y culto sin sacrificio.

La Iglesia se actualiza

Ha pasado mucha agua por los ríos desde Santo Tomás de Aquino y de Gregorio I, sobretodo, si tomamos en cuenta las delimitaciones que se esgrimían durante la Edad Media respecto a lo que era o no correcto. Con la idea de actualizarse, en año 2008, la iglesia católica presentó un nuevo listado de pecados capitales que fue publicado por L’Ossevatore Romano, diario oficial del Vaticano, que especificaba que éstos (los siete pecados) estaban «obsoletos por la globalización y las nuevas tendencias». Al tratar de «modernizar» dichos pecados, el Vaticano los denominó los «Siete Pecados Sociales» y ellos son: violaciones bioéticas, experimentos moralmente dudosos, drogadicción, contaminar el Medio Ambiente, contribuir ampliar la brecha entre los ricos y los pobres, a riqueza excesiva y generar pobreza. Cualquier pagano, ateo o pecador penitente puede considerar esto como ridículo y como diría Savater: «Hay actitudes que pueden considerarse como nuevas formas de pecar. Son las que se basan en la desconsideración por parte del otro […] Hay virtudes y vicios que dependen del papel que tengas en la sociedad». [2] El filósofo español, por consiguiente, cree que en estos tiempos de violencia e irracionalidad, muchos de los pecados «son instrumentos que se convierten en fines en sí mismos», porque lo fundamental para el ser humano es «luchar contra el aburrimiento».

Los siete pecados capitales pueden perfectamente aplicarse a la masonería, pero esencialmente ello compete a nosotros los masones, porque la Orden no incurre en ellos, no así quienes pertenecemos a ella por los fallos que pudiésemos cometer. Estos fallos o eso de caer en la «tentación del pecado» obedecen a los errores que incurrimos como humanos y a la vulnerabilidad de nuestros instintos. Sería un craso error etiquetarle a nuestra institución masónica las malas praxis que realizamos como masones o pretender atribuirle a la Orden un supuesto mal funcionamiento, cuando en realidad somos nosotros quienes estamos fallando.

Los pecados tienen su origen en el cristianismo y consistía en identificar todo aquello que no deberíamos hacer, pero las religiones inventaron el infierno, el diablo y Satanás. Como escribe Savater, «el Diablo es un extraordinario gerente de marketing, que ha logrado vender cada vicio como una virtud». Los pecados —escribe Savater— eran una advertencia respecto de cómo administrar la propia conducta. «Se trató de un listado de advertencias sobre los peligros que puede acarrear la desmesura frente a lo deseable. Hoy existe una versión más simplonas de esas advertencias, que son los libros de auto-ayuda, donde encuentras unas fórmulas para no engordar y otras para ser feliz en tres lecciones». [3] O como decía Bossy: «la suerte de estos pecados terminó en la época moderna, cuando la penitencia dejó de ser la forma de resolución de los conflictos sociales para transformarse en algo psicológico a la conciencia de cada individuo».

Dante: La Divina Comedia

Entre 1307 y 1361, Dante Aligheri escribió La divina comedia, obra de un gran contenido poético que relata un viaje imaginario a través del infierno, el purgatorio y el paraíso. En él, el poeta se va encontrando con personajes mitológicos, reales, de su época e históricos, de la esfera política y religiosa. Cada uno de ellos representa un defecto o una virtud.

El Purgatorio de Dante

El Purgatorio de Dante

La Divina Comedia —escriben Adriana Quiroga, Hernán Guerrero y Ulises Márquez en el prólogo y traducción del libro— es un poema donde se mezcla la vida real con la sobrenatural, muestra la lucha entre la nada y la inmortalidad, una lucha donde se superponen tres reinos, tres mundos, logrando una suma de múltiples visuales que nunca se contradicen o se anulan. Explican que los tres mundos infierno, purgatorio y paraíso reflejan tres modos de ser de la humanidad, en ellos se reflejan el vicio, el pasaje del vicio a la virtud y la condición de los hombres perfectos. «Es entonces a través de los viciosos, penitentes y buenos que se revela la vida en todas sus formas, sus miserias y hazañas, pero también se muestra la vida que no es, la muerte, que tiene su propia vida, todo como una mezcla agraciada planteada por Dante, que se vuelve arquitecto de lo universal y de lo sublime».[4]

Los siete pecados capitales pueden ser perfectamente aplicables a la masonería con la diferencia de que la Orden nunca se verá afectada, porque quienes incurrimos en estos desmanes somos los masones y no la institución. Los masones debemos combatir a dos enemigos en común: el fanatismo y la superstición. Convenimos animarnos QQ.·. HH.·. para identificar qué tipo de comportamientos corresponden a cada uno de estos pecados capitales. Os persuadimos, pues, a evitar estos siete pecados capitales de un masón.

Primer pecado: la doble ignorancia

Ignorancia 
Si duda este uno de los pecados más graves para el masón. Es el prototipo del masón que se vuelve obtuso y cree que todo le viene por gracia divina o por favores recibidos. Nunca tiene un mensaje convincente —además de ser excesivamente negativo— y, por el contrario, vive en las nebulosas al considerarse un «masón exquisito y dueño de la verdad y la palabra» porque alguna vez se leyó el Ritual y como no logró asimilarlo, recurre a las trampas del rumor y de la mala voluntad hacia sus Hermanos. Cree que porque sabe cómo caminar en Logia y alguna vez se enteró dónde compraba las sandalias el Maestro Hiram, se le debe rendir pleitesía por sus «conocimientos».

Segundo pecado: el individualismo

Individualismo 
Al igual que la ignorancia y la superstición, el individualismo es otro de los males que aquejan al masón. Un masón individualista, suele ser valorado negativamente por sus Hermanos del Taller, ya que se cree que piensa sólo en sí mismo y no le interesa qué pasa en su entorno o, en otras instancias, en su Logia o en la institución masónica. No le gusta trabajar en grupo y llega a los extremos de ser un abanderado del egocentrismo, porque él «se las sabe todas». Cuando lee algo lo asimila sólo para su consumo interno, filtra los conocimientos que adquirió de Internet y se agarra de la mórbida frase: «bajo, copio y pego, luego existo».

Tercer pecado: la ceguera iniciática

ceguera iniciatica 
Este pecado recae sobre el masón que no ve nada más allá de lo que asimila cuando se indigesta con ciertos libros de auto-ayuda, de un «esoterismo» fanático y ramplón que, al final, echa por la borda los principios y el código moral masónico. Es el típico personaje que se trasmuta con el humo de las varillas de incienso y se cree un santurrón cuando lo observa alguno de sus Hermanos o evidencia la presencia de ellos. La «ceguera iniciática» es esa mezcla de seudo esoterismo —falso conocimiento interior— con cuestiones de brujería y de un «conocimiento» esotérico aprendido de los libros llamados «ocultos» y de los best sellers de auto-ayuda.

Cuarto pecado: el miedo ficticio

miedo iniciatico 
El síndrome del «miedo ficticio» —como decía E. Chartier Alain— hace referencia al «hombre que tiene miedo sin peligro, e inventa el peligro para justificar su miedo». Es el «Juan sin Miedo» del Taller en el léxico masónico que circula por los «pasos perdidos» prediciendo amenazas y frases agoreras, como aquello de que el mundo se va a extinguir, que nos vigilan los Jinetes del Apocalipsis, que nos abruma un mundo sombrío y pare de contar. El miedo ficticio es incompatible con el trabajo en el Taller masónico. Bajo esas condiciones, obviamente, jamás elevaremos templos a la virtud y calabozos para los vicios, porque tiene un doble efecto: uno, vemos cosas que no existen y que dispersan el trabajo en las Logias y, dos, esparcen una carga de negatividad en los Talleres. Como decía alguien por allí, el miedo es un sentimiento, la valentía es un comportamiento, y entre el sentimiento y el compartimiento, estamos nosotros los masones.

Quinto pecado: la superficialidad

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Este pecado alude a quien presume alcanzar objetivos, pero que jamás son justos o equilibrados. Cuando habla en Logia, abusa de su sarcasmo y no escucha la opinión de los demás. Siempre está de brazos cruzados y no hace nada para glorificar su templo interior. Este pecado es parecido a la Pereza. El masón perturbado por este pecado no admite sus errores y se siente satisfecho al no avanzar en los grados masónico. Vive aferrado al pasado o cuando ocupó determinados cargos en el Taller. No se adapta a los cambios. Cuando presenta una Plancha al Taller y ve que nadie se considera «satisfecho» arranca en ira y se jacta de que está rodeado de mentes insulsas. Lamentablemente, este Hermano no conoce los niveles de la Tolerancia.

Sexto pecado: la prepotencia

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La prepotencia es aliada de la arrogancia, la imprudencia y la soberbia. Este pecado, hace que la persona o masón que incurra en ella, y quien además de indeciso, es indisciplinado y pierde el tiempo en banalidades. Hace caso omiso al estudio y la investigación. Se jacta de ser un superdotado. Puede tener cierta instrucción pero no es culto y allí viene el desliz que declina su balanza. Cuando puede emite un comentario irónico, sobre todo cuando un Hermano de su Taller alude cierto tema que él no comparte. Tampoco comparte su conocimiento para sentirse más importante, pero «nadie vale más que otro sino hace más que otro».

Séptimo pecado: la negatividad

reducir-la-negatividad 
«Yo te dije que eso no iba a funcionar». Así controla sus emociones una persona negativa. Un artista genial como Groucho Marx decía: «es mejor permanecer callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente». Desde el punto de vista filosófico, una persona negativa es un ser humano que no puede controlar sus sentidos. Una persona negativa es un ser lleno de prejuicios, donde predomina la estupidez antes que su lado racional. La negatividad tiene algo de la Envidia. Que nos libre el  de un Hermano negativo que suela llegar hasta el extremo de la soberbia.