Los
orígenes de la Cábala se remontan en el tiempo más allá de los Rollos
del Mar Muerto. Por sus complejas profundidades y su rica historia, su
cuerpo de escrituras y creencias ha llegado a ser cada vez más
reconocido, no sólo como uno de los aspectos más enigmáticos del
judaísmo, sino también como parte importante de una tradición mística
más amplia. Siglos de esfuerzo tomó a los cabalistas descubrir los
secretos de Dios, del hombre y del universo a través de los símbolos del
mundo físico y los misterios del lenguaje; investigación monumental que
tiene como escenario la vida judía en España, Polonia, Alemania y el
resto de Europa.
Las
enseñanzas esotéricas del misticismo judío se designan con el término
hlbq (cábala)1 -"tradición" o "recepción"- del verbo hebreo lbq (kibel),
"recibir"2 , especialmente las formas que asumieron en la Edad Media.
En su sentido más amplio, "cábala" significa todos los sucesivos
movimientos esotéricos que se desarrollaron en el judaísmo a finales del
periodo del Segundo Templo y se convirtieron en factores activos en la
historia judía.3
El
término ha sido empleado en la literatura talmúdica, por un lado, para
subrayar el fundamento de ciertas interpretaciones tradicionales de la
Escritura y de ciertas costumbres religiosas; y, por otro, para
testimoniar la continuidad espiritual de la historia judía. La elección
de este término indica claramente el carácter legalista e histórico de
la mística judía.4
Según
Scholem, la Cábala es un fenómeno único, y no se le debe considerar
como idéntico a lo que se conoce como "misticismo" en la historia de la
religión. De hecho, se trata de un misticismo, pero al mismo tiempo es
esoterismo y teoso-fía. ¿En qué sentido se le puede llamar misticismo?
Ello depende de la definición del término, un asunto de controversia
entre eruditos. Si el término se limita al profundo anhelo de comunicación humana directa con Dios a través de la aniquilación de la individualidad entonces solamente unas cuantas manifestaciones de la Cábala pueden ser designadas como tales, pues pocos cabalistas buscaron
esta meta, y mucho menos la formularon abiertamente como su objetivo
final. No obstante, se puede considerar que la Cábala es un misticismo
en tanto que busca una comprensión de Dios y la creación, cuyos
elementos intrínsecos están más allá del alcance del intelecto, aunque
los cabalistas rara vez subestiman o rechazan esto de manera explícita. Esencialmente estos elementos fueron percibidos a través de la
contemplación y la iluminación, que a menudo se presentan en la Cábala
como la transmisión de una revelación primordial relacionada con la
naturaleza de la Tora y otros asuntos religiosos. Sin embargo, la Cábala
está muy lejos del enfoque racional e intelectual de la religión. Este
fue el caso incluso entre aquellos cabalistas que pensaron que
básicamente la religión estaba sujeta a la indagación racional, o que,
al menos, había algún acuerdo entre el sendero de la percepción
intelectual y el desarrollo de la aproximación al tema de la
creación. Para algunos cabalistas el intelecto en sí mismo se convirtió
en un fenómeno místico. Así encontramos en la Cábala un énfasis
paradójico en la congruencia entre intuición y tradición. Es este
énfasis, junto con la asociación histórica que sugiere de suyo el
término "cábala" (algo que ha sido transmitido por tradición), lo que
indica las diferencias básicas entre la Cábala y otras clases de
misticismo religioso que se identifican menos estrechamente con la
historia de un pueblo. No obstante, hay elementos comunes a la Cábala y
al misticismo griego y cristiano, e incluso vínculos históricos entre
ellos.
Como
otras clases de misticismo, la Cábala también se ocupa de la percepción
del místico tanto de la trascendencia de Dios como de su inmanencia en
la vida verdaderamente religiosa, cada una de cuyas facetas es una
revelación de Dios, aunque a éste el ser humano lo percibe más
claramente a través de la introspección. Esta experiencia dual y
aparentemente contradictoria del auto-oculta miento y la auto-revelación
de Dios determina la esfera esencial del misticismo, y al mismo tiempo
obstruye otras concepciones religiosas. El segundo elemento en la Cábala
es la teoso fía, que busca revelar los misterios de la vida oculta de
Dios y las relaciones entre la vida divina, por una parte, y la vida del
hombre y la creación por la otra.
Especulaciones
de este tipo ocupan un área extensa y conspicua en la enseñanza
cabalística. Algunas veces su conexión con el plano místico se vuelve
más bien tenue y es reemplazada por una vena interpretativa y hominicaco
que ocasionalmente resulta incluso en una clase de casuística
cabalística.
La
mística no judía -tanto oriental como occidental- aspira a superar el
plano de la acción, a "perderse" en las esferas contemplativas; se sitúa
fuera del tiempo histórico.
La Cábala va más allá, por supuesto, del ámbito material y temporal de la
historia, pero no por ello deja de identificarse con ésta, y sobre todo
con la del pueblo hebreo. La historia judía tiene orígenes metafísicos y
se centra en la práctica religiosa. Esta práctica, individual en
principio, adquiere un carácter social.
El
pensamiento de la Cábala es algo más que un sistema filosófico. Su
práctica no proporciona el sentimiento de la unión total con la
divinidad ni se limita a la realización de un cierto número de ritos. Es
una mística en virtud de su búsqueda de lo absoluto y de su persecución
del contacto divino; pero, más allá de eso, es una manifestación
creadora del espíritu judío.5
Alexandre
Safran afirma que en la Cábala hay una revelación primordial que cada
generación, cada ser humano, debe renovar. Esta empresa -que de suyo
involucra a la divinidad- adquiere dimensiones cósmicas, pues su
realización determina la relación de Dios con el mundo y con el hombre.
La Cábala rebasa los límites de una mística religiosa y es infinitamente
más amplia que una tradición esotérica. Tanto en Oriente como en
Occidente, el místico es un hombre liberado. Así lo presentan, por un
lado, Karl Jaspers, que ve en Plotino al "mayor filósofo místico de
Occidente"6 y, por otro, Roger Godel, ferviente admirador del jivan
mukta (emancipado en vida) oriental.7El místico no judío aspira a su
liberación, a su salvación, y la consigue. Por el contrario, el
cabalista nunca llegará a la "aniquilación" total y definitiva, porque
siempre permanece atado a la cadena divina. Aunque se "aniquile" por un
instante, las oscilaciones de esta cadena le devuelven a sí mismo, le
llaman a su orden terrestre.
Ciertamente,
la Cábala pertenece al universo místico. Sin embargo, no se reduce a
una ciencia mística especulativa ni a una técnica mística. El misticismo
es "un método cuya finalidad es la comprensión experimental de lo
divino".8 Pero el cabalista -el hombre "tradicional"- no trata de
alcanzar lo divino: se conforma con aproximarse a Dios. No se pierde en
Él, sino que acepta el yugo que Él le impone. Y el peso de ese yugo le
da una sensación de delicia. El sometimiento se convierte en júbilo. Ese
yugo es el mismo para todos, pero su peso se adapta a las fuerzas del
ser humano que lo lleva. La revelación es la misma para todos, pero cada
quien la interpreta a su modo, según sus capacidades intelectuales y
espirituales. Es decir, la Ley es rigurosa, formal y general; pero los
preceptos tienen un alcance individual, una resonancia personal.
El
cabalista no realiza la experiencia de Dios, no se embriaga con su
Substancia, que envuelve y desconcierta al místico. La salvación que
espera no debe desligarla de su condición humana, sino que habrá de
permitirle su plena consumación.
La
cadena de la Cábala no se halla al margen de la naturaleza; muy por el
contrario, representa la naturaleza espiritualizada y el espíritu
concretizado. Dios penetra la realidad inferior, se realiza. Por su
parte, el ser humano puede contemplarse en el "espejo" celeste sin
necesidad de abandonar la tierra. La realidad divina y la realidad
humana son interdependiente. En la medida en que el hombre lo acepta,
Dios es la realidad de este mundo.
Sin
embargo, Dios no ha suprimido la distancia que lo separa del hombre. Es
verdad que éste puede trepar por la escala que conduce hasta los
cielos, pero necesariamente habrá de descender de nuevo a la Tierra. El
cabalista no se une a Dios, no realiza aquello que los místicos no
judíos llaman unio mystica, perdiéndose en el Absoluto. El cabalista
aspira a realizar su condición activa de "hombre de Dios" mediante la
devekút, el "encadenamiento". El cabalista se encadena a su creador,
establece una relación activa con Él; no se abisma en Él para
despersonalizarse. Así, la devekút no es un método, ni una técnica, sino
un modo de vida.
En
la perspectiva bíblica, la devekút, esta relación entre Dios y el
hombre, es eminentemente dinámica, pero no desordenada. Así la presenta
toda la literatura religiosa de Israel: el Talmúd, El Zóhar y la
filosofía racionalista, y también todo el pensamiento místico. La
devekút se anuda en el amor del hombre por Dios; y ese amor se hace
total en virtud de la aplicación de la ley divina; es profundo sin ser
exuberante. La devekút, modo de vida, condición vital, se transforma en
un acto de vida, en el proceso de su realización.
La
finalidad suprema de todo místico que cree en un dios personal es el
amor total a ese dios. Dios es amor y es objeto de amor,9 en una
apología de la religión del místico. Pero el amor de Dios marca el
desembocar de toda creencia religiosa en un dios personal y, en
definitiva, toda religión tiene un fundamento místico incuestionable,
porque presupone la fe en el Absoluto y, además, una relación entre el
hombre y la divinidad.
Pero
si el amor puramente "místico", unitivo, suprime toda autonomía de la
persona humana, el amor "religioso", en cambio, no hace sino establecer
una relación con Dios. En la Cábala, el amor de Dios no es ni verdaderamente místico, ni simplemente religioso. Se presenta sumergido
en un resplandor místico, se funda en una reciprocidad, pero adquiere el
sentido de un amor inteligente. Tanto en el primero como en el segundo
tipo de relación hay dos personalidades que actúan una en la otra, dos
personalidades que se influencian mutuamente, sin que cada una de ellas
abandone -sin embargo- su propia estructura ni renuncie a su autonomía.
Pero cada uno de los dos partícipes debe comprender al otro. Yadoa,
conocer, indica una comprensión seguida de una voluntad activa, es
decir, de una devekút.
Esta
unión creadora implica igualmente un acto de voluntad: el hombre debe
plegarse a la voluntad de Dios. Por su parte, Dios respeta la voluntad
de su criatura. Ésta, sin embargo, no debe abandonarse al "nada desear",
no debe seguir la concepción mística para aniquilarse, perderse y
transformarse en el objeto amado.10 Muy al contrario, la voluntad humana
se reafirma al confundirse con la de Dios. Es decir, la devekút se
manifiesta en la acción humana.
El
cabalista no practica únicamente un misticismo interior. Se dedica al
estudio y penetra en los secretos de la Enseñanza, no para quedarse ahí
sino para salir renovado. Es el hombre del deber, no del sentimiento; se
orienta hacia la acción. Ocuparse del estudio significa instrucción y
aplicación. La erudición sólo se justifica por la acción que de ella se
deriva.11El cabalista no hace suyo el ideal de "no conocimiento" que los
otros místicos -e incluso algunos no místicos- consideran tan elevado.
Como
el jasid -el "devoto" de todas las épocas-, el cabalista sigue el
ejemplo del salmista y respeta la fe del hombre simple e íntegro, pero
no por ello menosprecia el consejo de Yehudá ha-Leví12 y Bajiá ibn
Pakuda13: estudiar. Los estudios no conducen al saber, sino a la
conciencia de la propia ignorancia. Lo que está a la vista llama a los
ojos, lo que está oculto atrae al saber. Pero el saber que El Zóhar
recomienda no es más que la introducción al no-saber. A través de la
búsqueda intelectual, el cabalista llega al grado que la supera, al cual
sigue el descubrimiento de los secretos: el grado de la simplicidad.
Porque lo que es verdadero es simple.
La
investigación racional no le permite alcanzar la verdad absoluta. La
verdad adquiere un valor moral: se adquiere con arduo trabajo y por ello
invita a la humildad. El valor moral no es perfecto, pero es
perfectible. La simplicidad de la ciencia trae consigo la simplicidad
del comportamiento. Y esta virtud -la virtud del ÷y_ (Aín), el
"Absoluto"- es la misma del hombre que ha adquirido la ciencia, la
"sabiduría", la hmkj (Jojmá).
La Cábala -Jojmá ha-emet, "ciencia de la verdad"- tiende a conocer la
verdad divina y se interroga acerca del origen del mundo, sobre su
organización y su fin; acerca de las relaciones entre Dios, el mundo y
el hombre; sobre el lugar que el hombre ocupa en el universo. No
obstante -a diferencia del místico hindú, que alardea de llegar a la
omnisciencia, no en virtud de un esfuerzo intelectual sino por
abstracción de todo saber-, la plena posesión de la verdad le sigue
siendo inalcanzable.
Para
el cabalista, la omnisciencia es irrealizable, pero la ausencia de
saber es imperdonable. El buscador despierto quiere conocer lo máximo
posible. No limita su conocimiento a una ciencia fragmentaria y exterior
a las cosas; no se conforma con alcanzar desde el exterior una serie de
puntos de vista acerca de las cosas, sino que desea penetrar en su
esencia; quiere llegar hasta su vida interior.
El
cabalista no afirma, como Pascal, que nada hay tan conforme a la razón
como la sinrazón, ni comparte la idea de que ser místico es pretender
conocer a través de algo que no sea la inteligencia.14Sabe que la
inteligencia sola no comprende nada de la vida, pero le parece excesivo
sostener, como Valéry, que lo real le está prohibido al pensamiento. No
se deja aprisionar por la razón, ni fascinar por la intuición. Se sirve
de ambas como instrumentos complementarios de investigación.
La
religiosidad del cabalista no se debe a la debilidad psíquica que
origina el miedo a la acción, ni a estados neuróticos -teopáticos-, ni a
la alucinación, al delirio, al éxtasis, con los que se pretende
identificar el impulso religioso; corresponde a la intensa vida del
espíritu que sabios eminentes tratan de explicar como la superación de
un estado puramente afectivo, psicofisiológico. El cabalista es un ser
normal, despierto, que posee la intuición de lo divino y que, para perfeccionar-la, se supera por su propia acción.
Como
la describen los maestros del movimiento jasídico Jabad, nacido en
Rusia en el siglo XVIII, la religión del cabalista es la de la audacia
prudente, la del riesgo calculado.
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