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Articulo enviado a l;a redacción de la Comisión Mambi Patria y Libertar, por un Hermano Maestro Masón.
Al
ingresar a esta Augusta Institución, cada uno de nosotros fue el
protagonista de una ceremonia de iniciación, donde recibimos el abrazo
de la Tierra para atestiguar nuestra muerte en la vida profana y el
renacimiento a una nueva vida masónica, tras la victoria sobre los otros
tres elementos de nuestra naturaleza: el Aire, que representa el caos
de pensamiento y la ignorancia; el Agua, que simboliza las pasiones
humanas; y el Fuego, los vicios que nos consumen; surgiendo entonces un
hombre nuevo, virtuoso e instruido.
El
Masón busca, en todo momento, deshacerse de esa carga profana, llena de
vicios e ignorancia, en un esfuerzo constante por alcanzar la Virtud y
la Instrucción. Los vicios (del latín “vitium”, que significa falla o
defecto) son aquellas conductas que se consideran socialmente
reprobables, inmorales o degradantes. Para el masón, los vicios
pervierten los instintos y traen desesperación.
La
trinidad que define al hombre es el cuerpo, la mente y el espíritu.
Cada uno de ellos tiene sus propias necesidades para desarrollarse de
manera armoniosa y sana. Cuando esas necesidades son satisfechas
adecuadamente, son fuente de placer y gozo.
El
cuerpo humano se rige por diversos instintos de supervivencia: requiere
de alimento, por lo que necesita comer; busca perpetuarse en el tiempo,
por lo que el sexo produce placer; necesita preservarse ante el
peligro, y el mecanismo de defensa es la ira y la violencia; el cuerpo
necesita repararse constantemente y busca el descanso. Nuestra mente
busca la autosatisfacción: las posesiones materiales nos dan sensación
de seguridad para sobrevivir a tiempos difíciles; nuestra búsqueda de
mejorar nuestra situación actual nos hace desear lo que otros tienen; y
como seres sociales, necesitamos y buscamos el reconocimiento de los
demás.
Todas
estas necesidades son inherentes al hombre y son completamente
naturales. Sin embargo, al buscar satisfacerlas de manera irracional,
tentados por el placer que proporcionan, incurrimos en actos socialmente
inaceptables: caemos en los vicios. Los vicios, esos deseos que nunca
pueden ser satisfechos, rompen la armonía del ser humano, pues
pervierten nuestros instintos, traicionan nuestro raciocinio e impiden
al espíritu encontrar el placer que proporciona la tranquilidad, la paz
interior y la armonía con la conciencia universal.
Los
cristianos reconocen siete pecados capitales: la gula, la lujuria, la
ira, la pereza, la avaricia, la envidia y la soberbia. Se denominan
capitales, pues implican la muerte de nuestra alma, de nuestro espíritu,
y son el origen de muchos otros vicios.
Sócrates
da la respuesta al por qué el hombre cae en los vicios: “El saber es lo
que permite actuar bien; sólo se actúa mal por ignorancia, porque se
desconoce la virtud; sólo la virtud permite reconocer el bien del mal,
lo moral de lo inmoral”. Así, la virtud es la lucha constante contra los
vicios, el esfuerzo que domina las pasiones, con lo que el hombre logra
tomar las opiniones correctas y superar las situaciones más difíciles
para cambiarlas a su favor.
Platón
reconoce tres cualidades del ser humano: entendimiento (capacidad de
pensamiento y raciocinio), voluntad (conciencia, capacidad de ordenar su
propia conducta) y emoción (capacidad de afecto y rechazo a objetos y
otros seres humanos). El buen uso de cada una de ellas representa una
virtud: la sabiduría, el valor y el autocontrol.
Estas tres virtudes forman la dote del A.·.M.·.:
- La sabiduría, representada por la diosa Minerva (Atenea) que permite identificar y evaluar las situaciones que se nos presentan, para tomar las acciones correctas en el momento correcto.
- El valor, la fuerza, representada por Hércules (Heracles), para realizar esas acciones a pesar de los peligros y las amenazas, hasta el punto de ofrendar la vida en la defensa de los ideales.
- El autocontrol, la belleza de nuestros ideales y emociones más puros, representada por la diosa Venus (Afrodita), que nos permite interactuar con los demás, sin perjudicarlos, durante la búsqueda de nuestros ideales.
Estas
virtudes son recibidas simbólicamente durante la ceremonia de
iniciación como los instrumentos del A.·.M.·.: la regla representa el
intelecto, la sabiduría que deberá regir todos los actos del A.·.M.·.
sobre la línea del deber, el martillo que servirá para dar golpes
mortales a los vicios y el mandil que representa la pureza de sus
acciones.
A
estas tres virtudes, Platón añade la Justicia, para describir las
Virtudes Cardinales (del latín “cardo”, pivote), alrededor de las cuales
debe girar la existencia del ser humano:
- Prudencia: usar el intelecto para discernir el bien en toda circunstancia, y escoger con cautela las acciones justas y apropiadas para conseguirlo.
- Fortaleza: la firmeza ante las dificultades y la constancia en la búsqueda del bien, afrontando riesgos y amenazas.
- Templanza: el dominio sobre los deseos y los instintos, manteniendo los placeres en los límites de la honestidad.
- Justicia: la firme y sincera búsqueda de dar a cada quien en la medida de lo que merece. Ésta última emana naturalmente del cumplimiento de las otras tres virtudes, es decir, no se puede ser justo si se carece de prudencia, de fortaleza o de templanza.
La
moral cristiana reconoce tres virtudes más, infundidas por el Espíritu
Santo, denominadas Virtudes Infusas: la fe, la esperanza y la caridad.
La fe es la creencia que no requiere evidencia ni demostración. La
esperanza es la confianza y la certeza plena en alcanzar los ideales.
Finalmente, la caridad es el amor a Dios y al prójimo. Estas virtudes
las encontramos en los tres Grandes Preceptos Masónicos: “Tengo Fe en
mis ideales, Esperanza para conseguirlos, por Amor a la Humanidad”.
Nuestro
carácter está definido por nuestras ideas, nuestras palabras y nuestras
acciones. Al carácter de un masón lo definen las virtudes y la práctica
constante de ellas. Aristóteles nos dice que: “la virtud humana no es
una facultad ni una pasión, es un hábito” que puede aprenderse y
cultivarse.
Al
renacer a la vida masónica, aceptamos ahondar pozos sin fin a los
vicios y levantar templos a la virtud. Entramos a la Tierra vendados por
la ignorancia y atados por nuestras pasiones, pero al surgir a la Luz
de la Masonería, se nos han entregados nuestros instrumentos, las
virtudes, para liberarnos y purificarnos de nuestra carga profana de
vicios y prejuicios.
Como
masones, debemos reconocer que no somos inmunes a las tentaciones y
debilidades, pero también debemos aceptar que tenemos el conocimiento
para enfrentarlas con sabiduría, fuerza y templanza. Y a través de esta
lucha constante contra los vicios, practicando de manera constante todas
las virtudes que definen al masón, podemos alimentar nuestro espíritu y
liberar nuestra piedra tallada, para hacer de nosotros mejores hombres y
mejores ciudadanos.
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