Articulo enviado a la redaccion de la Comisión Mambi, Patria y Libertad, por un Hermano Maestro Masón.
ORIGEN E HISTORIA DE LA ALQUIMIA
Todas las tradiciones coinciden en atribuirle la paternidad de la Alquimia a Hermes Trimegisto, el inventor de todas las artes y ciencias de los egipcios.
Es por ello que también se le llama Arte Hermético. Una versión mitológica acerca de su origen es que en los libros de Hermes sobre la Naturaleza se afirma que algunos ángeles, atraídos y subyugados por el amor hacia las mujeres de la tierra, descendieron a ésta y les enseñaron las obras de la naturaleza; los ángeles fueron expulsados del cielo y quedaron en la tierra, y como señales de su paso apareció la raza de los gigantes, que nacieron de su comercio con las mujeres terrestres, y un libro que contenía sus enseñanzas.
Este libro se llama Kema o sea, la ciencia y el arte por excelencia. Esto lo dice Zózimo en su libro “Imuth“, tratando los orígenes de la Alquimia. Egipto, Asiria y Babilonia, fueron la cuna de la Alquimia.
En sus comienzos la Magia, la Astrología y la Alquimia estuvieron mezcladas y cultivadas por unos mismos hombres, que formaban una sola Ciencia Sacerdotal, un solo cuerpo doctrinal con los conocimientos de Medicina, de las virtudes de las plantas y aun de las Matemáticas.
Estas últimas fueron las primeras en separarse y formaron ciencia independiente; pero las primeras marcharon mucho tiempo unidas, hasta los mismos fines de la Edad Media. La tradición alquímica se extendió más allá de Egipto y Mesopotamia. Apareció en China y antes del siglo VI A. de J.C. hay vestigios de su presencia en la India. Se sostiene que Alejandría, en Egipto, fue propiamente la cuna de la Alquimia Occidental y que en su formación, ideas traídas a ese centro de cultura por instructores errantes procedentes de la India, Persia y China, se mezclaron con la magia egipcia, filosofía griega y la tradición esotérica hebrea (Qabalah).
Entre los emperadores romanos encontró la Alquimia mucha oposición. Alquimistas, astrólogos, magos y matemáticos eran considerados como embaucadores perjudiciales y fueron perseguidos.
La expansión del pueblo árabe, cuando se adueñaron de Alejandría, fue un paso importante para su resurgimiento pues los árabes cultivaron la antigua ciencia con gran éxito y la hicieron progresar extraordinariamente en todos los países que ocuparon, especialmente en España, centro de su poderío en Europa.
Posteriormente, los cruzados también fueron agentes importantes para la difusión del Arte Hermético en toda Europa. La aparición de Teofrasto Paracelso, en el siglo XVI, con sus aplicaciones de la Alquimia a la disciplina de la Medicina ocasionó una revolución que llevó su fama por toda Europa. Después de Paracelso, el Arte Regio y el ardor de sus seguidores parecieron amortiguarse un poco, y con el fin del siglo XVIII desaparece, cediéndole su lugar a la Química.
Ese ocaso solo sucedió en el campo externo y material de la Alquimia, pues en lo interno y espiritual su llama siempre ha permanecido encendida en las Escuelas de Misterios, herederas de las antiguas tradiciones iniciáticas.
LA GRAN OBRA
La Gran Obra es la operación secreta descrita en los libros de los verdaderos alquimistas. Esta es realmente una operación química, llevada a efecto bajo la dirección de la autoconsciencia del hombre. Comienza en la mente, pero es realizada por medio de cambios efectuados en su cuerpo físico y personalidad.
A consecuencia de estos cambios, el operador llega a ser una nueva criatura, capaz de ejercer poderes que son desconocidos para el hombre promedio, tales como los expresados en la definición exotérica de la Alquimia.
La Gran Obra es “la dirección de energía derivada de la esencia espiritual de acuerdo con las percepciones de una inteligencia despierta”. Eliphas Levi, el gran mago del siglo XIX, dijo: “La Gran Obra es preeminentemente la creación del hombre por sí mismo, esto es, la plena y completa conquista que él hace de sus facultades y de su futuro”.
LA PIEDRA DE LOS FILOSOFOS
Al estado transmutado y perfeccionado de la personalidad humana se le llama “La Piedra de los Filósofos”. Es por medio de esa personalidad transformada que el alquimista consigue el dominio sobre todas las formas y fuerzas del plano físico. La Piedra de los Filósofos es un estado de consciencia que convierte a quien lo alcanza en un co-regente con Dios, por lo que su confección es la condición para ser un miembro del Quinto Reino.
El sustantivo piedra, en lengua hebrea, es el símbolo literal para ese estado de la personalidad transmutado y perfeccionado. Su escritura se forma con las letras Alef-Bet-Nun, en la que las dos primeras ?? forman la palabra padre (Ab), y las dos últimas ?? hijo (Ben). De modo que “Piedra” designa “la unión del Padre y el Hijo”, esto es, la unión consciente de las naturalezas divina y humana que coexisten en el hombre.
Nota:
La lengua hebrea se escribe y lee de derecha a izquierda. La confección de La Piedra Filosofal es uno de los temas que mayor cobertura tiene en la literatura hermética. Me valdré de una analogía para explicarte lo medular de ese trabajo interior.
Todos los humanos tenemos una dimensión espiritual que es nuestro Yo más interno; la chispa divina que es el centro y esencia de nuestro ser. Supongamos que esta parte nuestra es como un disco que contiene el pensamiento de Dios, es decir, la verdad acerca de todo y, además, que ese disco está grabado en 33 revoluciones por minuto.
Tenemos, por otra parte, una dimensión humana o personalidad conformada por mente, emociones y cuerpo físico. A esta última la voy a representar con un aparato tocadiscos, cuyo plato puede girar a una velocidad sujeta a graduación.
El caso de la gente común es que el plato del tocadiscos gira a mucha menor revolución que las 33 en que está grabado el disco.
Consecuencia: los mensajes del disco se distorsionan y lo que se reproduce es pensamiento erróneo. Mientras la personalidad vibra, gira, a bajas revoluciones, entonces el hombre se equivoca en lo concerniente al por qué, el para qué y el cómo de las cosas. Analógicamente, la confección de La Piedra de los Filósofos consiste en elevar gradualmente la velocidad a que gira el plato del tocadiscos hasta, finalmente, lograr las 33 revoluciones por minuto.
En esta nueva condición el pensamiento del hombre reproduce con exactitud las ideas del Ser Supremo y, entonces, ese hombre o mujer puede decir, al igual que lo dijo Jesús: “Mi Padre y yo somos Uno”.
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